La dimensión dominante de las ciudades que conocemos es aquella que parece surgir de un consenso en relación a las relaciones productivas, a la logística, a las actividades laborales... Una dimensión dominada por una aparente eficiencia en la localización de espacios de producción y consumo; pensada desde una mobilidad basada en el monopolio de áreas de circulación destinadas al vehículo privado a motor; zonificada mediante una clara segregación entre lo público y lo privado. Una dimensión urbana definida por aquel "hombre unidimensional" al que se refirió Herbert Marcuse y al que Chinchilla cita por el carácter masculino, productivo y poco empático de la ciudad productiva con esa otra ciudad de las actividades reproductivas y los cuidados, que ha ejercido su labor desde la invisibilidad, y sin haber sido incorporada al debate de la planificación urbana.
Sin embargo, el cambio de paradigma es necesario no solo desde una perspectiva de la ciudad centrada en las personas que la habitan, sino también por el desastre medioambiental y ecológico que supone mantener las estructuras responsables de nubes de polución, islas de calor, barreras ecológicas, etc. En este sentido, las políticas urbanas son conservadoras por la naturaleza productiva de su dimensión dominante. Ello provoca que la negociación entre los agentes de la ciudad sea compleja y tienda a expulsar al diálogo social de la toma de decisiones.
En este contexto, Chinchilla propone primero un ejercicio de observación que demuestra el carácter vivencial -casi fenomenológico- de la experiencia de la ciudad. Son las actividades y no las formas las que alimentan la memoria y la identidad de las personas con los lugares. Y por ello después plantea propuestas concretas -no recetas- que podrían inspirar cambios en aspectos urbanos fundamentales: calles no pensadas para el vehículo privado, áreas de juego de límites indefinidos, usos temporales alternativos de espacios aparentemente destinados a otros fines... En definitiva, más mecanismos de gobernanza activa por parte de la ciudadanía y menos diseño anti-persona. Aunque la autora cita proyectos propios, hace evidentes sus referencias explícitas a pioneras en la reivindicación de la permeabilidad entre lo público y lo privado, como Jane Jacobs, o a exploradores de modelos de mobilidad y trazados urbanos alternativos, como Hans Monderman.
La oportunidad de este texto, publicado en medio de la pandemia COVID-19, hace reflexionar sobre la necesidad también urgente de invertir en salud y calidad de vida y la urgencia por incorporar la perspectiva de género y una aproximación feminista al planeamiento. Y hace cuestionar el cortoplacismo en la toma de decisiones políticas sobre aspectos que tienen impacto más allá de legislaturas inoperantes en la esfera medioambiental.
David H. Falagán