Manuel García Roig
Fundación Arquia, 2020 (ES+PT)
Muy probablemente el oficio de cineasta sea el que guarda mayor similitud con el oficio de arquitecto pues ambos, tanto en la realización de una película como en la ejecución de un proyecto, contienen una dimensión artesanal basada esencialmente en la precisión y el cuidado por el detalle.
En su proceso, desde la redacción del guión hasta su puesta en escena (scènario/mise-en-scène), el director de cine debe manejar, con talento y sensibilidad, los intrumentos de carácter técnico de que dispone y que hacen posible que pueda llevar a cabo la representación de su personal visión del mundo.
En aspectos tales como la configuración del espacio físico, las relaciones de proporción y escala con los personajes y objetos que lo habitan, el movimiento y los recorridos dentro de ese espacio, el ritmo y disposición de las formas en la composición del encuadre, el empleo de la luz, el color y el sonido, etc., puede afirmarse que los grandes maestros del cine adoptan una genuina condición de arquitectos.
Es el caso de Fritz Lang que, tanto en su biografía como en su carrera de cineasta, mantuvo siempre, además, fuertes vínculos con el mundo de los arquitectos y la arquitectura. Este estudio sobre su vida y su obra se centra inicialmente en estos aspectos para adentrarse, posteriormente, en el análisis de su arquitectura del cine a través de seis de sus obras maestras, M. El vampiro de Düsseldorf, Perversidad, Los sobornados, Los contrabandistas de Moonfleet y el díptico El tigre de Esnapur/La tumba india.