Francisco González de Canales
Vibok Works, 2020
Prácticamente lo que llevamos de siglo XXI está siendo un período de crisis continua (medioambiental, política, económica, social, cultural, tecnológica...) Por eso, seguro que tiene sentido hablar de manierismo, y la arquitectura tiende a ser un buen indicador.
Prácticamente lo que llevamos de siglo XXI está siendo un período de crisis continua (medioambiental, política, económica, social, cultural, tecnológica...) Por eso, seguro que tiene sentido hablar de manierismo, y la arquitectura tiende a ser un buen indicador.
Crisis y manierismo son conceptos que tienden a ir relacionados. El historiador Arnold Hauser tituló a una de sus obras clave "El manierismo. La crisis del Renacimiento y los orígenes del arte moderno". Se refería a aquel período del siglo XVI en que se suele definir la transición entre el Renacimiento y el Barroco, pero daba a entender que el manierismo tenía más que ver con una actitud -lo que entonces podía haberse interpretado como una contestación revolucionaria frente a la disciplina estilística, y que nosotros podemos entender como una reformulación crítica.
¿Es la crisis que vivimos susceptible de catalizar reacciones manieristas? Así lo argumenta Curro González de Canales en este texto, en el que aborda el tema de manera muy directa utilizando algunas prácticas arquitectónicas contemporáneas para justificar esta posición. Su planteamiento es habilidoso, justificando el carácter "transhistórico" del término a través de un viaje bibliográfico que le lleva por Panovsky, Dvořák, Curtius, Friedlaender, Hauser, pero también por Pevsner, Rowe, Tafuri y, por supuesto, Venturi. Con ellos se muestra una vigencia del manierismo, que apunta hacia cualquier momento en que la inestabilidad y la incertidumbre son testimonio de crisis. Seguro que a ello se prestan los tiempos líquidos que vivimos.
El autor se interesa especialmente por el trabajo de una generación de arquitectos (creo que la podemos llamar así) cuyo trabajo parece especialmente condicionado por una serie de limitaciones (encargos de pequeña escala, clientes volátiles, presupuestos escasos, situaciones imposibles...) a las que hacen frente con una creatividad subversiva (haciendo uso de recursos estratégicos que aparentemente no eran imaginables para esos contextos, de ahí su carácter manierista). Hablar de manierismo es sugerente, porque rompe con el carácter periorativo que parece arrastrar el término y lo asocia al desparpajo optimista de oficinas como Lütjens Padmanabhan, Kerten Geers y David Van Severen, TEd'A arquitectes o MAIO, entre otras. No deja de ser, sin embargo, una formulación que hace referencia a una resistencia contra la invisibilidad de la arquitectura, una reivindicación de la capacidad transformadora del diseño -quizás una (otra) revisión de aquel debate entre realismo e idealismo. El libro, con el interesante epílogo de Paula V. Álvarez sobre el carácter narrativo del ensayo editorial, alimenta la curiosidad sobre el tema y lo acerca de manera atractiva.
Podríamos preguntarnos si no es el manierismo de hoy más bien una condición crónica -también lo hace el autor. O si no es la arquitectura en sí lo que está cambiando (la profesión, la disciplina...), con el riesgo de convertir en manierismo la propia resistencia al cambio.
David H. Falagán