Arquitectura milagrosa
Llàtzer Moix
Anagrama, 2010
Si uno se pasea con frecuencia por la sección de viajes de cualquier librería, notará que cada vez es más habitual que las portadas de las guías turísticas se ilustren con fantásticos edificios vanguardistas –muchos de ellos de difícil identificación con la ciudad correspondiente, pero de fácil asociación con los arquitectos que los han proyectado. En Arquitectura milagrosa Llàtzer Moix nos propone un viaje a través de diferentes localidades españolas que han decidido actualizar la postal de su portada construyendo nuevos y flamantes monumentos, encargados de manera más o menos deliberada a conocidas firmas internacionales de arquitectura.
Con el conocido caso del Guggenheim de Bilbao como inicio, el recorrido trazado por Moix incluye paradas en capitales como Valencia, Santiago o Zaragoza, donde Santiago Calatrava, Peter Eisenman o Zaha Hadid –respectivamente– han gozado de oportunidades desiguales para emular la hazaña bilbaína de Frank Ghery. O quizás eso pretendían sus respectivos promotores. Madrid y Barcelona no escapan al recuento de proyectos milagrosos, como tampoco lo hacen casos menos conocidos para el gran público como pueden ser los promovidos por el sector vinícola nacional, espejo de otros gremios internacionales que han sucumbido a la arquitectura icónica.
Las construcciones de marca han sido objeto de numerosos comentarios por parte de los cronistas de la disciplina. Por citar dos ejemplos que resumen el punto de vista de la crítica especializada, me referiré a sendos artículos de dos de nuestros teóricos más internacionales. Desde Barcelona, Josep Maria Montaner advertía en 2003: “las firmas internacionales tienen menos en cuenta los estratos de la memoria del lugar y las condiciones sociales del entorno, aquellos ingredientes que enriquecen los proyectos haciéndolos participativos y comunitarios (…) Ya sería hora de que se debatiera esta tendencia actual: el encargo de los proyectos más representativos a firmas del star system internacional, sin tener en cuenta criterios de calidad arquitectónica, sólo atendiendo a la fama mediática” (Montaner, J.M.: “La plaza de los errores”, El País, 16 de abril de 2003).
Algunos años más tarde, en este caso desde Madrid, Luis Fernández-Galiano daba continuidad a la argumentación escribiendo: “si las arquitecturas de autor merecen moderarse, será sin duda porque expiatoriamente hayamos decidido construir menos edificios y hacer más ciudad, porque sólo desde la continuidad física y temporal de lo urbano podemos aspirar a canalizar las corrientes turbulentas que transforman el mundo material, y sólo desde la conciencia de la prioridad de lo colectivo podemos procurar capear las tempestades históricas que sacuden el universo social” (Fernández Galiano, L.: “Homilía de adviento”, El País, 3 de diciembre de 2005). En ambos casos, la atención de la crítica se ha centrado en el carácter ensimismado y descontextualizado de las arquitecturas de autor realizadas por las firmas internacionales. Aunque fueron opiniones vertidas en pleno proceso febril de la arquitectura mediática, es posible leer en ellas el diagnóstico de algunas de las enfermedades que aquejan hoy nuestras ciudades: “parque-tematización” de fragmentos de ciudad, delimitación de “guetos turísticos”, progresiva expulsión del habitante del espacio público.
Se denuncia, en definitiva, el fenómeno de la arquitectura de marca como nocivo para nuestras ciudades y alejado de sus habitantes. El texto de Llàtzer Moix no hace más que completar de manera inteligente el punto de vista profesional, poniendo el acento en dos aspectos fundamentales: el papel del cliente en la carrera por la obtención de la foto de postal, y la experiencia personal del observador que ha visitado cada uno de los edificios analizados.
Quizás la condición de no arquitecto de Moix –periodista vinculado al diario La Vanguardia, donde ejerce como crítico de arquitectura– le faculta para ejercer un análisis más profundo de las circunstancias extra-arquitectónicas que envuelven la gestación de los proyectos emblemáticos. La investigación que ha elaborado de cada caso retrata un cliente preocupado por la representatividad política y económica de su organización y escasamente documentado en cuestiones urbanas o arquitectónicas. Un cliente, en definitiva, que las firmas internacionales moldean a su antojo, perdiendo entre todos el control económico del objeto –hecho doloroso especialmente cuando el cliente es un representante público. Este es, seguramente, el aspecto más revelador del ensayo, gracias al meritorio trabajo de documentación que Moix ha elaborado y que permite desvelar circunstancias que a buen seguro sacarán los colores a más de un promotor o arquitecto.
El esfuerzo realizado para visitar personalmente cada uno de los proyectos, e incluso entrevistarse con varios de los arquitectos, demuestra un rigor profesional en el trabajo crítico que no sorprenderá a los seguidores de sus crónicas semanales. A menudo los arquitectos recordamos el extraordinario caso de Manfredo Tafuri, uno de los grandes críticos e historiadores de la arquitectura del siglo XX, quien sin apenas salir de su Italia natal llegó a publicar una monografía sobre la arquitectura moderna japonesa. Quizás hoy no sería posible –ni seguramente recomendable– y conviene poner en valor esta circunstancia en una disciplina –la arquitectura– donde la excesiva divulgación gráfica de los proyectos con firma internacional provoca con frecuencia juicios de valor desligados de la experiencia espacial y tectónica de los edificios. La narración de Moix es accesible y efectiva, especialmente por cuanto tienen de personal sus observaciones en el lugar. Alejado de cualquier tipo de militancia estilística, los comentarios críticos del autor podrán ser o no compartidos en todos los casos, pero serán bien entendidos por el visitante curioso.
Se trata, en definitiva, de un trabajo de investigación bien trenzado donde la experiencia observadora y las labores de documentación son puestas en relación para aportar un punto de vista necesario al fenómeno de los arquitectos estrella. Ojalá su divulgación sirva –en un futuro de recuperación económica– para evitar los errores que nuestras ciudades han heredado del frenesí del ladrillo.
David Hernández Falagán